Ricardo Gareca se ha convertido en un ícono del fútbol peruano, trascendiendo su rol como entrenador durante sus siete años al mando de la selección. Su conexión con los hinchas, marcada por gestos de cercanía y humildad, ha dejado una huella profunda en la afición, dificultando que su sucesor, Jorge Fossati, logre igualar ese vínculo.
Gareca no solo destacó por sus resultados deportivos, sino por momentos memorables, como tomarse selfies con los fanáticos y ofrecer su teléfono para capturar esos instantes. Estas acciones simples, pero significativas, reflejaron su gratitud hacia la afición y fortalecieron la relación entre él y los seguidores de la Blanquirroja.
En contraste, Fossati, a pesar de demostrar su capacidad como entrenador, aún no ha logrado establecer una conexión similar con los hinchas. Los resultados hasta ahora no han sido favorables, lo que ha generado escepticismo y desconfianza en la afición. La comparación entre ambos es inevitable; Gareca supo ganarse el corazón de los peruanos con su carisma, mientras que el uruguayo tiene un largo camino por recorrer.
¿Por qué esta diferencia?
Contexto Histórico: Gareca asumió el mando en un momento en que Perú no clasificaba a un Mundial desde 1982. Su éxito en las Eliminatorias y la clasificación a Rusia 2018 lo catapultaron a la categoría de héroe nacional.
Personalidad: La personalidad carismática y accesible de Gareca contrastó con la imagen más seria y reservada de Fossati.
Resultados Deportivos: Los buenos resultados de Gareca generaron un ambiente de expectativa y cariño entre los hinchas, mientras que la falta de éxito reciente ha complicado la percepción de Fossati.
Es importante señalar que Jorge Fossati aún tiene tiempo para ganarse el cariño de los hinchas. Sin embargo, deberá esforzarse por construir una relación cercana y generar un sentimiento de pertenencia en el equipo. La cercanía con la afición fue clave para el éxito de Gareca y un ejemplo a seguir para futuros entrenadores.
En conclusión, mientras Fossati busca su propio camino, el legado de Gareca perdura como un recordatorio de cómo un entrenador puede trascender más allá de los resultados, creando un vínculo duradero con la afición.