Los planetas son cuerpos celestes que giran alrededor de una estrella, en nuestro caso el Sol. El movimiento de los planetas se debe a dos fuerzas: la gravedad y la inercia.
La gravedad es la atracción que ejerce el Sol sobre los planetas, y hace que estos se acerquen a él. La inercia es la tendencia de los planetas a seguir en línea recta, y hace que estos se alejen del Sol. El equilibrio entre estas dos fuerzas hace que los planetas describan órbitas elípticas alrededor del Sol, sin chocar entre ellos ni con él.
Las órbitas de los planetas están separadas por millones de kilómetros, y cada una tiene una velocidad y un periodo diferente. Esto hace que los planetas no coincidan en el mismo punto del espacio al mismo tiempo. Además, las órbitas de los planetas están en el mismo plano, llamado eclíptica, lo que evita que se crucen entre sí.
Sin embargo, esto no significa que los planetas no puedan chocarse nunca. En el pasado, se cree que hubo colisiones entre planetas y otros cuerpos menores, como asteroides o cometas. Estos impactos pudieron modificar las órbitas, las masas y las formas de los planetas. Por ejemplo, se piensa que la Luna se formó por el choque de un protoplaneta del tamaño de Marte con la Tierra.
En el futuro, también podría haber colisiones entre planetas, si algún factor altera sus órbitas. Por ejemplo, si una estrella cercana pasa por el sistema solar, su gravedad podría desviar a los planetas de sus trayectorias habituales. O si un planeta pierde masa por algún motivo, su velocidad orbital podría cambiar y salirse de su órbita.
En conclusión, los planetas no pueden chocarse entre sí porque sus órbitas están estables y separadas por grandes distancias. Pero esto no descarta la posibilidad de que ocurran colisiones en el pasado o en el futuro, si algún evento cósmico perturba el equilibrio del sistema solar.