El corazón de los bebés late más rápido que el de los adultos porque está en proceso de maduración y necesita más oxígeno para crecer y desarrollarse. La frecuencia cardíaca de un adulto es de 60-80 latidos por minuto (lpm), mientras que la de un recién nacido es de 120-160 lpm. A medida que el niño crece, su corazón se hace más grande y fuerte, y su frecuencia cardíaca disminuye progresivamente hasta alcanzar los valores normales en la adolescencia.
El corazón es un músculo que se contrae y se relaja para bombear sangre a todo el cuerpo. La sangre lleva oxígeno y nutrientes a los tejidos y órganos, y recoge el dióxido de carbono y los desechos para eliminarlos. Los bebés necesitan más oxígeno por kilogramo de peso que los adultos, porque tienen una mayor tasa metabólica y una mayor demanda energética. Además, sus células cardíacas, llamadas miocitos, son más pequeñas y menos organizadas que las de los adultos, lo que reduce la capacidad de contracción del músculo cardíaco.
Para compensar estas limitaciones, el corazón de los bebés late más rápido para enviar más sangre y oxígeno a los tejidos. También tiene una mayor sensibilidad a la noradrenalina, una hormona y neurotransmisor que estimula el aumento de la frecuencia cardíaca. El ritmo cardíaco de los bebés también varía según la respiración, la actividad física, la temperatura, el estrés o la emoción. Estas variaciones son normales y reflejan la adaptación del corazón a las diferentes situaciones.
El corazón de los bebés es uno de los órganos más activos y maravillosos del cuerpo humano. Su latido rápido es un signo de salud y vitalidad, y también una expresión de amor hacia sus padres. Por eso, es importante cuidar el corazón de los bebés desde el embarazo hasta la infancia, con una alimentación equilibrada, una hidratación adecuada, una estimulación temprana y un control médico regular.