Literalmente, vivimos sobre la superficie de un reactor nuclear gigantesco. Según estudios, se cree que, en el mismo centro de la Tierra, las temperaturas alcanzan los 9500 °C, muchísimo más que en la superficie del Sol.
Este calor interno es alimentado por la radiactividad que generan los vestigios de uranio, torio y potasio que quedaron atrapados dentro de la Tierra durante su formación.
Estos elementos, al irse desintegrando lentamente, liberan partículas que chocan contra el material adyacente y lo calientan a temperaturas extremas.