Desde el año 1825, los meteorólogos empezaron a ponerle nombres para que resultara más sencillo comunicarle al público sobre algún peligro.
Inicialmente, a los huracanes se les bautizaba con el nombre del santo del día en que afectaban a la zona: por ejemplo, el huracán Santa Ana o el San Felipe en 1876.
Luego, se empezó a nombrar huracanes y tormentas con nombres de hombre y mujer. Cada año, se prepara una lista de nombres para la próxima temporada de huracanes. La lista contiene un nombre por cada letra del alfabeto (las letras q, u, x, y, z no se incluyen porque pocos nombres empiezan con ellas).