Escribe: Roberto Parra Briceño
Por una parte, los habitantes de nuestra ciudad y el mundo entero se estaban recuperando de la famosa «gripe española», que había comenzado en 1918 y no dejo de sentirse hasta 1921, que igual que la actual pandemia trajo desolación y muerte.
Así mismo nuestros compatriotas se preparaban para celebrar las fiestas patrias, con la algarabía de aquellos tiempos.
Era presidente del Perú don Augusto B. Leguía, quien había sido elegido en 1919, mandato que se prolongaría hasta el año 1930 (el famoso oncenio).
Su gobierno había despertado muchas esperanzas, en lima se habían comenzado varias obras con el fin de modernizarla.
Debemos tener en cuenta que igual que ahora, el Perú se preparaba para celebrar en 1921 el primer centenario de la independencia, también es bueno mencionar que merced a este acontecimiento, varios países anticipadamente habían mandado a erigir varias obras en lima, como muestra mencionaremos dos de ellas, el museo de arte italiano y la plaza Manco Cápac, como regalo por nuestro centenario.
Volviendo a nuestra amada Piura, fieles a la frase «mes de julio mes de la patria» se comenzaba a sentir el ambiente festivo con la llegada de circos, carruceles, kinkanas y demás actividades en honor a este acontecimiento.
Algo que comenzó a llamar la atención fue el desplazamiento por los diferentes ambientes de la ciudad, de un jinete de aproximadamente 30 años de edad, de presencia cautivante, mirada penetrante, arrolladora, hipnótica, adornaban sus labios un pequeño bigote bien cuidado, era un hombre de apariencia y presencia varonil hermosa, muy guapo dirían nuestras actuales jovencitas.
Para complementar y resaltar su figura, le hacia juego su indumentaria tipo vaquero, que incluía su sombrero de ala ancha, botas color melón con espuelas que llamaban la atención por destellos brillosos que emanaban al caminar.
Para terminar con estar descripción, incluiremos a su caballo un magnífico alazán de color rojizo terciopelado, montura negra con adornos de plata.
En una palabra este caballero era un «Apolo», un «adonis», respondía al nombre de Daniel Carnero.
Pasaban los días y nuestro atractivo jinete se paseaba por toda la ciudad de «cabo a rabo», también era artista, cantaba con el acompañamiento de su inseparable guitarra en varios sitios concurridos de la ciudad, después de lo cual pedía la colaboración de l público, medio que le servía para solventar sus gastos personales.
Toda esta «gama» de atributos no pasó desapercibida por las féminas cazaderas y también las casadas de la época, que se alborotan lanzando chillidos y suspiros cada vez que lo veían actuar.
Entre todo este público femenino que «babeaba» por el «artiston», había una hermosa señorita de diecinueve primaveras, que igual que el resto se había contagiado con esta pandemia amorosa, respondía al nombre de victoria.
Lo resaltante de esta historia, es que el mes de julio de ese año se convirtió en el mes del amor, en el mes de los corazones palpitantes, etc, etc.
Terminada las celebraciones, el Apolo también demostró cualidades mágicas, pues así como se apareció en la ciudad, también desapareció sin dejar rastro, dejando gran cantidad de corazones rotos, alborotados y sollozantes.
Nueve meses después de este acontecimiento, la taza de natalidad creció en Piura.
Este relato me lo transmitió mí abuelita Victoria Rojas, el resto lo dejo a la imaginación de ustedes.
Con esto me despido, hasta el próximo relato.