Los libros son hoy en día objetos cotidianos y accesibles, gracias al desarrollo de la imprenta y el papel. Sin embargo, antes de que Johannes Gutenberg inventara la imprenta de tipos móviles en el siglo XV, los libros eran muy escasos y valiosos, ya que se elaboraban de forma artesanal y requerían mucho tiempo, materiales y habilidad.
Los primeros soportes para la escritura fueron las tablillas de arcilla, que se usaban en Mesopotamia desde el III milenio a.C. Luego se emplearon otros materiales como el papiro, el pergamino o la seda, que permitían enrollar o plegar los textos. El papiro se obtenía de una planta que crecía en el río Nilo, y se usaba sobre todo en el antiguo Egipto. El pergamino se hacía con pieles de animales, como corderos o cabras, y se usaba en Europa y Oriente Medio. La seda se originó en China, y era un material muy fino y resistente.
Los primeros libros no tenían la forma que conocemos hoy, sino que eran rollos o códices. Los rollos consistían en una larga tira de material enrollada sobre sí misma o sobre dos varillas. Los códices eran hojas dobladas y cosidas por el lomo, que podían tener cubiertas de madera o cuero. Los códices empezaron a usarse en el siglo I d.C., y poco a poco fueron reemplazando a los rollos por su mayor comodidad y capacidad.
La escritura de los libros se hacía a mano, con plumas de ave o cañas cortadas en forma de punta, que se mojaban en tinta. La tinta se elaboraba con distintas sustancias, como hollín, resina, goma arábiga o sales metálicas. La escritura podía ser cursiva o capital, según el tipo de letra que se usara. También se usaban abreviaturas y signos para ahorrar espacio y tiempo.
La copia de los libros era una tarea muy especializada, que solía realizarse en los monasterios por los monjes copistas o amanuenses. Estos trabajaban en una sala llamada scriptorium, donde se sentaban frente a un atril con el libro original y el libro en blanco. Algunos copiaban directamente del original, mientras que otros lo hacían al dictado de un lector. Los copistas debían ser muy cuidadosos y precisos, ya que un error podía arruinar todo el trabajo.
Los libros también se adornaban con ilustraciones o miniaturas, que complementaban o explicaban el texto. Las miniaturas se hacían con colores vivos y oro, y podían representar escenas religiosas, históricas o fantásticas. Las miniaturas se realizaban en otra sala llamada illuminatorium, donde trabajaban los iluminadores o miniaturistas. Estos eran artistas que seguían las modas y los estilos de cada época.
La encuadernación de los libros consistía en unir las hojas o cuadernillos con hilo o cordel, y cubrirlos con tapas de madera o cuero. Las tapas podían estar decoradas con relieves, incrustaciones o clavos metálicos. La encuadernación protegía el libro del polvo, la humedad y los insectos.
La elaboración de un libro podía durar meses o años, dependiendo del tamaño, la complejidad y la calidad del mismo. Los libros eran muy caros y solo podían permitírselos las personas ricas o las instituciones religiosas o académicas. Los libros eran objetos sagrados y venerados, que guardaban el saber y la cultura de la humanidad.