Escribe: Parra Briceño. Era el año 1961, yo era un púber de doce años de edad, me encontraba solo, caminando por la orilla del río Piura, a la altura del antiguo mercado de abastos, eran horas de la mañana y yo me encontraba cumpliendo un encargo.
Estaba un poco apurado, pero reparé en la presencia de un señor que yo había visto en otras ocasiones, tenía una edad aproximada de sesenta años de edad, era un poco regordete, tenía una severa y pronunciada calvicie, se caracterizaba por vestir ropa de color blanca, no se le notaba muy abandonado, seguramente vivía cerca de allí, pero siempre se le veía deambular por la orilla del río.
Era muy popular con la gente del lugar, lo conocían y respondía al apelativo de RAMONINI.
Al parecer, adolecía de algunas fallas en su estructura cerebral, no era agresivo ni demente, pero tenía ciertos arranques y comportamientos que ponían en duda el normal funcionamiento de su » coco».
Algunos viejos piuranos dirían: «Lo que pasa es que le falta un tornillo». «Parece que tiene floja una tuerca». «Le falla la calavera», etc.
Era una época que Piura soportaba una severa peste de aves de corral, (gallinas, patos, pavos, etc.) Los mismos que morían diariamente.
Al pasar cerca de este personaje, reparé que tenía un pavo grande entre sus manos, el mismo que presentaba todas las características, señales y el color verdoso que indicaban que había muerto de peste, imaginé que RAMONINI había sido comisionado para botarlo, no le di mucha importancia a este detalle y continúe con mi camino.
La sorpresa me la llevé unas horas después que regresé de mi comisión, RAMONINI sentado en una piedra, saboreaba parte del aún verdoso pavo, que previamente había sancochado en una lata vacía de aceite.
Sorprendido, impactado, asombrado, anonadado, impresionado por lo que estaba viendo, no me quería convencer que lo que miraba era cierto, comía el pavo verdoso, con unas ganas de estar saboreando el mejor manjar del mundo, inclusive se chupaba los dedos.
No me pude contener y le dije: ! Que cochino que eres RAMONINI! Con toda serenidad, naturalidad y seguridad, mirándome a los ojos me contestó: ¿Cochino?, Lo que pasa es que eres un envidioso, yo me encuentro feliz, saboreando, deleitándome, comiendo este sabroso y rico pavo fino y tú no comes nada.
Entre sorprendido, asqueado y risueño, continúe con mi camino. Terminó este relato, recordando el consejo de mi buen vecino. No puedes hacer entrar en razón, a quien ha perdido el tino.