La danza de tijeras, una de las tradiciones más importantes del Perú, ha sido durante mucho tiempo objeto de controversia y malentendidos. En particular, ha sido etiquetada como un culto diabólico. Pero, ¿de dónde viene esta acusación?
Según Néstor Mayma, un docente y experto en la cultura andina, la danza de tijeras tiene sus raíces en la época prehispánica. En aquellos tiempos, los sacerdotes indígenas eran conocidos como fusug laikas, y se cree que los danzantes de tijeras son sus descendientes. Cuando los españoles llegaron a Perú, la iglesia católica persiguió a los sacerdotes indígenas, y los fusug laikas se convirtieron en un objetivo particular. Se les acusó de ser adoradores del diablo y de practicar ritos satánicos.
Debido a esto, a los danzantes de tijeras se les llamó «supaipa wawan» en quechua, que significa «hijo del diablo». Sin embargo, la iglesia católica aceptó que los fusug laikas volvieran a las ciudades solo si danzaban a los santos y al dios católico en las fiestas. Así, la danza de tijeras se convirtió en una forma de adaptación cultural, y se convirtió en una tradición aceptada.
Sin embargo, la acusación de culto diabólico persistió. En las tradiciones orales de la zona chanca (que incluye los departamentos de Ayacucho, Apurímac y Huancavelica), se considera que los danzantes de tijeras son seres míticos diabólicos. Esto se debe en parte a una frase que se recita durante la danza: «Latachay jaunikillo», que significa «Diablo, padre mío». Esta frase se interpreta a menudo como una invocación al diablo, lo que ha llevado a muchas personas a creer que la danza de tijeras es una forma de adoración al diablo.
Sin embargo, esta interpretación es incorrecta. La frase en realidad se refiere a un antiguo dios prehispánico conocido como Pachacámac, quien fue asimilado a Satanás por la iglesia católica. Los danzantes de tijeras recitan esta frase como una forma de afirmar su identidad y su conexión con su herencia prehispánica.
En resumen, la acusación de culto diabólico contra la danza de tijeras es infundada. Si bien es cierto que la danza ha sido objeto de estigmatización debido a su conexión con los sacerdotes indígenas prehispánicos, la danza en sí misma no es un culto diabólico. En cambio, es una forma de expresión cultural y una conexión con la historia y la identidad de Perú.