Adolf Hitler, el dictador que desató la Segunda Guerra Mundial y cometió el genocidio de millones de judíos y otras víctimas, se quitó la vida el 30 de abril de 1945 en su búnker de Berlín, cuando las tropas soviéticas estaban a punto de capturar la capital alemana. Sin embargo, su muerte no fue anunciada oficialmente hasta el día siguiente, y durante años se especuló sobre lo que realmente ocurrió con su cuerpo y si había logrado escapar.
Según los testimonios de algunos de sus colaboradores que sobrevivieron, Hitler se suicidó con un disparo en la cabeza después de haber ingerido una cápsula de cianuro, junto con su esposa Eva Braun, que también se envenenó. Ambos habían contraído matrimonio apenas unas horas antes, en una ceremonia celebrada en el Führerbunker, el refugio subterráneo donde se habían refugiado desde enero de 1945.
De acuerdo con el testamento y las instrucciones verbales de Hitler, sus cuerpos fueron llevados por sus ayudantes a través de la salida de emergencia del búnker, rociados con gasolina y quemados en el jardín de la Cancillería del Reich. Sin embargo, los restos no fueron totalmente incinerados y fueron encontrados por los soldados soviéticos que entraron en Berlín el 2 de mayo.
Los soviéticos identificaron el cadáver de Hitler por sus rasgos faciales y por sus dientes, que coincidían con los registros dentales que tenían. También hallaron el cuerpo de Braun y los de otros colaboradores nazis que se habían suicidado o habían sido ejecutados por orden de Hitler, como Joseph Goebbels, su ministro de propaganda, y su esposa Magda, que mataron a sus seis hijos antes de morir.
Los restos fueron trasladados a Moscú y sometidos a varias autopsias y análisis forenses. Sin embargo, las autoridades soviéticas mantuvieron en secreto el destino final del cuerpo de Hitler y difundieron varias versiones contradictorias sobre su muerte. Algunas afirmaban que había huido y estaba siendo protegido por los antiguos aliados occidentales, otras que había muerto solo por veneno o solo por un disparo, y otras que su cadáver no había sido hallado o estaba irreconocible.
Estas mentiras alimentaron las teorías conspirativas y los rumores sobre la posible supervivencia de Hitler, que supuestamente habría escapado a países como Argentina, Japón o la Antártida. También provocaron la aparición de numerosos impostores que se hacían pasar por el líder nazi o afirmaban haberlo visto en diferentes lugares del mundo.
No fue hasta 1968 que los soviéticos admitieron públicamente que tenían los restos de Hitler, aunque sin revelar su ubicación exacta. En 1970, por orden del líder Leonid Brézhnev, los restos fueron exhumados nuevamente e incinerados en un horno crematorio. Las cenizas fueron arrojadas al río Biederitz, un afluente del Elba.
La única parte del cuerpo de Hitler que se conservó fue un fragmento de su cráneo con un orificio de bala, que se guardó en los archivos secretos soviéticos junto con una mandíbula y una dentadura postiza. Estos restos fueron mostrados al público por primera vez en 2000 en una exposición en Moscú. Sin embargo, algunos expertos han cuestionado su autenticidad y han sugerido que podrían pertenecer a otra persona.
La muerte de Adolf Hitler fue uno de los episodios más oscuros y misteriosos de la historia del siglo XX. Su figura sigue generando fascinación y repulsión a partes iguales, y su legado es una advertencia permanente sobre los horrores del totalitarismo y el fanatismo.