Los dodos eran unas aves no voladoras que vivían en las islas Mauricio, en el océano Índico. Eran parientes lejanos de las palomas y tenían un aspecto peculiar: medían cerca de un metro de altura, pesaban entre 13 y 23 kilos, tenían un plumaje grisáceo o blanco, un pico largo y curvo y unas alas y una cola muy cortas. Se alimentaban de frutos, semillas, raíces y crustáceos.
Los dodos vivieron en paz durante miles de años en su hábitat natural, sin depredadores ni competidores. Eran tan confiados que no temían a los humanos ni a otros animales. Sin embargo, esta falta de defensa fue su perdición cuando los europeos llegaron a las islas en el siglo XVI.
Los primeros en avistar a los dodos fueron los portugueses, que les pusieron el nombre de «doudo», que significa «estúpido» o «simple». Los consideraban unos pájaros gordos y torpes, fáciles de cazar y de transportar. Los holandeses, los franceses y los ingleses también se interesaron por los dodos, que pronto se convirtieron en una fuente de alimento y de curiosidad.
Los dodos fueron cazados sin piedad por los marineros y los colonos, que los mataban para comer su carne o para llevarse sus plumas y sus huevos. También fueron capturados vivos para ser exhibidos en Europa como animales exóticos. Muchos de ellos murieron durante el viaje o en las jaulas donde los encerraban.
Pero los humanos no fueron los únicos responsables de la extinción de los dodos. Los animales que trajeron consigo, como cerdos, perros, gatos, ratas y monos, también contribuyeron a su desaparición. Estos depredadores invasores se comían los huevos y las crías de los dodos, que anidaban en el suelo y no tenían forma de defenderse. Además, competían con ellos por el alimento y el espacio.
La destrucción del hábitat de los dodos también fue un factor determinante. Los humanos talaban los bosques donde vivían los dodos para construir casas y plantar cultivos. Esto reducía la disponibilidad de alimento y refugio para los dodos y alteraba el equilibrio ecológico de las islas.
Todos estos factores hicieron que la población de dodos se redujera drásticamente en pocas décadas. El último avistamiento confirmado de un dodo vivo fue en 1662. Se estima que se extinguieron entre 1680 y 1690. Su desaparición fue tan rápida que muchos pensaron que se trataba de una leyenda o de un mito.
Hoy en día solo quedan algunos restos fósiles y algunos ejemplares disecados o esqueletizados en algunos museos del mundo. El dodo se ha convertido en el símbolo de la extinción causada por el hombre y en un recordatorio de la fragilidad de la vida en la Tierra.