Los entierros son una forma de honrar a los muertos y expresar el duelo de los vivos. Sin embargo, las prácticas funerarias han variado mucho a lo largo de la historia y según las diferentes culturas. En este artículo te contamos cómo se realizaban los entierros en la antigüedad en algunas de las civilizaciones más importantes.
Los entierros en el antiguo Egipto: la momificación y el más allá
Los antiguos egipcios creían en la vida después de la muerte y por eso desarrollaron un complejo sistema de ritos funerarios para preservar el cuerpo y el alma del difunto. El proceso más característico era la momificación, que consistía en extraer los órganos internos, deshidratar el cuerpo con natrón (una sal natural) y envolverlo con vendas impregnadas en resina.
La momificación se realizaba en una casa especial llamada per nefer (casa de la belleza) por unos sacerdotes expertos. Los órganos extraídos se guardaban en unos recipientes llamados vasos canopos, que se colocaban junto al cuerpo. El corazón se dejaba dentro del cuerpo, pues se consideraba la sede de la inteligencia y la personalidad.
El cuerpo momificado se depositaba en un ataúd de madera o piedra, decorado con imágenes y textos sagrados. El ataúd se introducía en una capilla o mastaba, donde se realizaban ofrendas y rituales para facilitar el viaje del difunto al más allá. Los egipcios creían que el difunto debía superar una serie de pruebas y juicios para alcanzar el reino de Osiris, el dios de los muertos.
Los egipcios también acompañaban al difunto con objetos personales, alimentos, joyas y estatuillas llamadas ushebtis, que debían servirle en el más allá. Los faraones y las personas más ricas eran enterrados en grandes monumentos como las pirámides o los templos funerarios, donde se exhibía su poder y su gloria.
Los entierros en la antigua Grecia: la cremación y el culto a los muertos
Los antiguos griegos practicaban principalmente la cremación, es decir, la quema del cuerpo del difunto en una pira funeraria. Antes de la cremación, el cuerpo se lavaba, se vestía con ropas blancas y se adornaba con coronas y guirnaldas. Se le colocaba una moneda bajo la lengua para pagar al barquero Caronte, que debía llevarlo al inframundo.
La cremación se realizaba fuera de la ciudad, acompañada por familiares y amigos que lloraban y lamentaban al difunto. Después de la cremación, las cenizas se recogían en una urna de cerámica o metal, que se enterraba en un cementerio o necrópolis. Sobre la tumba se colocaban estelas o monumentos con inscripciones e imágenes del difunto.
Los griegos creían que el alma del difunto seguía existiendo en el inframundo, un lugar sombrío y triste gobernado por Hades. Por eso rendían culto a los muertos y les hacían ofrendas periódicas de comida, bebida, flores y perfumes. También celebraban fiestas anuales como las Antesterias o las Genesias para honrar a sus antepasados.
Los entierros en la antigua Roma: la incineración y la inhumación
Los antiguos romanos adoptaron inicialmente la costumbre griega de la cremación, pero a partir del siglo I d.C. empezaron a preferir la inhumación, es decir, el enterramiento del cuerpo sin quemar. Esto se debió a la influencia de las religiones orientales y del cristianismo, que promovían el respeto al cuerpo como templo del alma.
Los romanos también lavaban y vestían al difunto, al que se le cerraban los ojos y la boca con monedas. El cuerpo se exponía en el atrio de la casa, rodeado de flores y candelas. Luego se realizaba una procesión fúnebre hasta el lugar de la cremación o la inhumación, que solía estar fuera de la ciudad, junto a las vías principales.
La cremación se hacía en una pira de madera, donde se arrojaban perfumes, aceites y objetos del difunto. Las cenizas se guardaban en una urna que se colocaba en un nicho o columbario. La inhumación se hacía en una fosa o en un sarcófago de piedra o mármol, que se sellaba con una losa. Sobre la tumba se erigían monumentos conmemorativos con inscripciones e imágenes.
Los romanos también creían en la supervivencia del alma en el más allá, que podía ser el infierno, el cielo o los campos elíseos según las acciones del difunto en vida. Los romanos rendían culto a los muertos y les hacían ofrendas de comida, bebida, flores y animales. También celebraban fiestas anuales como las Parentalia o las Lemuria para recordar a sus difuntos.