Durante el Incanato, se practicó la capacocha, un ritual en el que se sacrificaban niños, los cuales, según se creía, portaban los mensajes de su pueblo hacia las huacas o lugares sagrados. Los pequeños pertenecían a familias nobles y poseían una gran belleza.
Según los historiadores, al momento de su muerte, no sentían dolor, pues eran narcotizados con hojas de coca y cuando quedaban profundamente dormidos, vestidos con finas joyas, eran expuestos a temperaturas muy bajas en las cumbres de las montañas, muriendo congelados.