El agua del mar es salada porque contiene una alta concentración de sales minerales disueltas y depositadas en los ríos que desembocan en los océanos y mares. Para ser más precisos, contiene aproximadamente 35 gramos de sales por cada litro de agua.
Estas sales provienen de la erosión de las rocas que se produce por la lluvia ácida, que se forma al interactuar el agua de las nubes con el dióxido de carbono de la atmósfera. Durante millones de años, esta lluvia ha arrastrado los minerales disueltos en forma de iones hasta el mar, aumentando gradualmente su salinidad.
Otras fuentes de sales en el mar son las erupciones volcánicas submarinas, los fluidos hidrotermales que salen de los respiraderos en el fondo marino y las cúpulas de sal, que son depósitos subterráneos de sal que se forman en escalas geológicas y que se encuentran bajo la superficie terrestre.
La salinidad del mar no es igual en todas partes del mundo, sino que depende de factores como la temperatura, la evaporación, las corrientes marinas y la aportación de agua dulce por los ríos o el deshielo². Por ejemplo, el mar Muerto tiene una salinidad del 33%, mientras que el mar Báltico tiene una salinidad del 0,8%.
El agua del mar es salada y el agua de los ríos no porque estos últimos tienen un ciclo hidrológico más corto y renovado que les permite eliminar las sales por la evaporación o la infiltración en el suelo. Además, los ríos reciben agua dulce de las precipitaciones y de las fuentes subterráneas que diluyen las sales presentes.
El agua del mar es un recurso vital para la vida en la Tierra, ya que alberga una gran biodiversidad, regula el clima y proporciona alimentos, energía y otros beneficios a los seres humanos. Por eso, es importante cuidarla y protegerla de la contaminación y el cambio climático.